miércoles, 22 de agosto de 2012

ARTÍCULO DE OPINIÓN DE JUAN DE DIOS REGORDÁN DOMÍNGUEZ

EL VALOR DE LO SUPERFLUO

     Me decía un vecino que le había sorprendido ver a una mujer rebuscando en un contenedor de basura. No es un caso aislado ni es la primera vez que se dan estos hechos. Hay bastante gente que lo pasa muy mal, sin acudir todavía a buscar desechos. Además empieza a surgir una nueva clase de marginación: la de los que sufren, los realmente excluidos y que la sociedad los identifica como fracasados. Estamos aceptando la “sociedad del mal” en la que tenemos el peligro de convencernos de que los excluidos lo son por su culpa o castigo divino.

     La banalidad del mal, convertido en un rasgo de nuestro tiempo, se reformula de una manera laica pero igualmente radical en la teocracia del mercado y el consumo. El discurso profético ha quedado arrinconado por la consagración del presente hedonista que transmiten las mitologías de los objetos y las diversiones. Yendo a las raíces innegables de las cosas, hemos de decir que la razón de todos los males es el afán de poder. Puede parecer difícil escapar del nihilismo si no proponemos denunciar y hacer visibles todos esos” honrados genocidas” servidores de una supuesta causa grande.

     No debemos acostumbrarnos a ver como lo normal, oír hablar de banqueros con sueldos e indemnizaciones de millones de euros. Sabemos que esas prácticas de aprovechamiento han persistido en medio de una enorme crisis económica mundial. Más o menos cinco mil millones de banqueros y directivos recibieron más de un millón de dólares cada uno el 2008 cuando se desplomaban las economías. Y más trágico es que muchos de esos genocidios económicos eran hipócritas conscientes de que llevaban a sabiendas una doble vida, persuadidos de lo “normal” del modo de proceder.

     Ahora hay quiénes siguen considerando como “normal” que con dinero del pueblo se acuda a rescatarlos del abismo en que se habían metido. No pensaron entonces que eso era una forma de crimen ya que algo de lo mucho que les sobra a ellos serviría para remediar a los miserables que ellos crearon. Hay que afirmar que lo superfluo de los países ricos debe servir para promocionar a los países pobres. Los países ricos serán los primero beneficiados de ello. Si no, su prolongada avaricia no hará más que suscitar la cólera de los pobres, con imprevisibles consecuencias.

     Las civilizaciones y naciones actualmente más florecientes, ahora replegadas en su egoísmo, atentan a sus valores más altos, sacrificando la voluntad de servir al deseo de poseer en mayor abundancia. Se le habría de recordar la parábola del hombre rico cuyas tierras habían producido tanto que no sabía donde almacenar la cosecha. Murió aquella noche. La deuda, los intereses aplicados a los países endeudados deben compensarse con la nivelación de lo superfluo de los ricos y lo necesario para vivir dignamente todos los seres humanos. Los esfuerzos, a fin de obtener su plena eficacia, no deberían permanecer dispersos o asilados, y menos aún opuestos por razones de poder o prestigio.

     La situación exige programas concertados. Los programas son mejores que una ayuda ocasional. Por ello, habría que potenciar un Fondo Mundial Solidario, alimentado con los gastos destinados actualmente a gastos de armamentos, a fin de ayudar a los más necesitados. Esto que vale para la lucha inmediata contra la miseria, vale igualmente a escala del desarrollo. Evidentemente una colaboración mundial, de la cual un fondo común sea al mismo tiempo símbolo e instrumento, permitiría superar las rivalidades estériles y suscitar un diálogo pacífico y fecundo entre todos los pueblos El valor de lo superfluo para unos es lo necesario para otros.

Juan de Dios Regordán Domínguez
juandediosrd@hotmail.com