DIGNA INDIGNACIÓN NECESARIA
Capital, trabajo y mercados son palabras que suavizan lo que designan. En realidad ocultan la primacía de los capitalistas sobre los trabajadores. Y cuando gran parte de la economía se ha convertido en más financiera que productiva, surge una fuerte agresión de los mercaderes sobre los ciudadanos. Es una agresión que hace insuficientes los sacrificios de los españoles. Esta injusta agresión es la que hace inmoral y cruel a este sistema económico, aunque sea muy beneficioso para algunos países.
Un sistema socioeconómico que pisotea los derechos humanos, parece que la tarea urgente debería ser cambiar la barbarie de nuestro mundo. Hay sensibilidades dignas de respeto, pero que una mirada a la brutalidad de nuestro mundo las pone enfermas. Habrá que recomendar que no se cierren los ojos ante los pocos hechos reales de grandes desgracias que nos muestra el televisor.
Ha resurgido una palabra con fuerza: “indignación”. Ni ira ni odio ni violencia, sino reacción surgida del corazón cuando te acercas a los excluidos y observas cómo son tratados. Si tenemos los ojos abiertos ante la barbarie, la indignación nos pondrá activos. Comprenderemos que hay que salir de ahí como sea y que es posible hacerlo, si mantenemos una “fe indignada, llena de solidaridad, pero también con obstinación y arrojo.
No se puede llenar la boca de “libertad” en un mundo con crecientes diferencias entre quiénes cada vez tienen más y los que tienen cada vez menos. Además, la crisis económica sirve para agrandar esas diferencias. Hay quiénes se engañan pensando que cuando pase la crisis podremos volver a ser como antes. Pero no, cuando pase la crisis, las dosis de justicia social que quepan dentro del “mismo sistema” serán inferiores a las que cabían antes.
El problema actual tiene larga historia. Recordarlo es motivo de indignación. La Asamblea General de Naciones Unidas hace bastantes años aprobó: “… proclamamos solemnemente nuestra determinación común de trabajar con urgencia por el establecimiento de un nuevo orden internacional basado en la equidad, la igualdad, la soberanía, el interés común y la cooperación de todos los estados…, que permita corregir las desigualdades y reparar las injusticias actuales, eliminar las disparidades entre los países desarrollados y garantizar a las generaciones presentes y futuras un desarrollo económico y social que vaya acelerándose en la paz y la justicia”.
El contenido de esta declaración ha sido un deseo frustrado. Habiendo sido aprobada por 120 votos a favor, sólo seis en contra y diez abstenciones, no ha servido absolutamente para nada. Peor aún, dio paso a un orden económico contrario al que allí se proclamaba. La realidad actual pone en ridículo el espíritu y los propósitos de la carta de las Naciones Unidas. Entonces votaron en contra: Estados Unidos, Alemania Occidental, Gran Bretaña, Bélgica, Dinamarca y Luxemburgo. Se abstuvieron Austria, Canadá, España, Francia, Holanda, Irlanda, Israel, Italia, Japón y Noruega.
Si entonces se oponía todo el mundo rico, en los momentos actuales, esa minoría sigue queriendo marcar el paso e imponer sus criterios. El mundo rico sigue apelando a la autoridad de Naciones Unidas cuando le interesa invadir un país para probar sus armas o asegurar su petróleo. Habla de “coalición internacional” olvidando que mucho más internacional era la coalición que votó en 1974 la declaración citada. Sigue válido el refrán;”entre Dios y el Dinero, lo segundo es lo primero”.
Más allá de hipocresías, sigue vigente la importancia de aquella Declaración de las Naciones Unidas. Pero, permitir que los países ricos sigan aprovechándose de los sacrificios ajenos, recordando interesadamente compromisos de Naciones Unidas, es convertir en un gallinero las reivindicaciones individuales interesadas contra otros.
Juan de Dios Regordán Domínguez
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