BUSCANDO CULPABLES
Continuamente se reciben muchos correos electrónicos. Algunos de ellos traen informaciones y denuncias graves. Con nombres y apellidos se ponen en entredicho a personas con todo aquello que, según los anónimos, sería denunciable. Parece que se ha dado el toque de buscar culpables, donde sea y como sea. Lo que no se dice es de dónde se recibe la información y qué se pretende al divulgarlo. No queda claro tampoco si quiénes sacan estas informaciones tienen la valentía de llevarlo al lugar adecuado para pedir responsabilidades.
Hay palabras que por el mal uso pierden su significado, pero otras por muy mal que se utilicen nunca lo perderán. Robar y calumniar siempre llevan su maldad y sus consecuencias. El equilibrio de la justicia nunca permitirá que por ser “familiar” de una persona determinada ya no tenga derecho a ocupar un puesto de responsabilidad en la sociedad. En una “búsqueda de culpables” se tiene el peligro de creer que todo el mundo es corrupto. Es muy fácil constituirse en juez y parte y creerse con derecho a pensar que todo es enchufe y corrupción.
Una sociedad preñada de bulos, calumnias y desprecio de la justicia, olerá a podrido y se hará irrespirable la convivencia humana. El respeto a la dignidad de las personas no sólo hay que proclamarlo, sino llevarlo a la práctica en la vida cotidiana. Toda persona tiene derecho a tener un trabajo digno y obligación de trabajar y este derecho y este deber lo tiene no por haber nacido en una familia determinada sino, por el hecho de ser persona.
Toda discriminación, a favor o en contra, por pertenecer a una familia concreta hay que desterrarla en una sociedad democrática de mérito. La libertad no puede ser mediatizada por motivos familiares, sociales o políticos. Tener que actuar coaccionado por “el qué dirán” sería fruto de estar viviendo en una sociedad enferma, acostumbrada a la corrupción y a las influencias para poder conseguir un trabajo. En unas circunstancias así, es fácil querer estar siempre “buscando culpables”.
Evidentemente no basta reconocer al hombre el “deber de trabajar y el derecho al trabajo” para poder conseguir lo necesario para la vida, si no se procura, en la medida de lo posible, que el hombre al mismo tiempo posea con abundancia en cuanto se refiere a un sustento y vida digna. A esto hay que añadir que la sociedad además de tener un orden jurídico, ha de proporcionar otras muchas utilidades y posibilidades, Ello exige que todos, en vez de convertirse en “buscadores de culpables”, reconozcan y cumplan mutuamente sus derechos y deberes e intervengan unidos en los múltiples compromisos que la civilización actual permita, aconseje o reclame.
Una comunidad será verdaderamente humana cuando los ciudadanos, bajo la guía de la justicia, respeten los derechos ajenos y cumplan sus propias obligaciones. Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho del bien común. Sin embargo, la autoridad no puede considerarse exenta de sometimiento a otra superior.
Más aún, la autoridad consiste en la facultad de mandar según la recta razón Y la razón de ser de cuantos gobiernan radica por completo en el bien común. De donde se deduce que todo gobernante debe buscarlo, respetando la naturaleza del propio bien común y ajustando, al mismo tiempo, sus normas jurídicas a la situación real de las circunstancias. En los momentos actuales debe considerarse que el bien común consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana.
Juan de Dios Regordán Domínguez
juandediosrd@hotmail.com
Hay palabras que por el mal uso pierden su significado, pero otras por muy mal que se utilicen nunca lo perderán. Robar y calumniar siempre llevan su maldad y sus consecuencias. El equilibrio de la justicia nunca permitirá que por ser “familiar” de una persona determinada ya no tenga derecho a ocupar un puesto de responsabilidad en la sociedad. En una “búsqueda de culpables” se tiene el peligro de creer que todo el mundo es corrupto. Es muy fácil constituirse en juez y parte y creerse con derecho a pensar que todo es enchufe y corrupción.
Una sociedad preñada de bulos, calumnias y desprecio de la justicia, olerá a podrido y se hará irrespirable la convivencia humana. El respeto a la dignidad de las personas no sólo hay que proclamarlo, sino llevarlo a la práctica en la vida cotidiana. Toda persona tiene derecho a tener un trabajo digno y obligación de trabajar y este derecho y este deber lo tiene no por haber nacido en una familia determinada sino, por el hecho de ser persona.
Toda discriminación, a favor o en contra, por pertenecer a una familia concreta hay que desterrarla en una sociedad democrática de mérito. La libertad no puede ser mediatizada por motivos familiares, sociales o políticos. Tener que actuar coaccionado por “el qué dirán” sería fruto de estar viviendo en una sociedad enferma, acostumbrada a la corrupción y a las influencias para poder conseguir un trabajo. En unas circunstancias así, es fácil querer estar siempre “buscando culpables”.
Evidentemente no basta reconocer al hombre el “deber de trabajar y el derecho al trabajo” para poder conseguir lo necesario para la vida, si no se procura, en la medida de lo posible, que el hombre al mismo tiempo posea con abundancia en cuanto se refiere a un sustento y vida digna. A esto hay que añadir que la sociedad además de tener un orden jurídico, ha de proporcionar otras muchas utilidades y posibilidades, Ello exige que todos, en vez de convertirse en “buscadores de culpables”, reconozcan y cumplan mutuamente sus derechos y deberes e intervengan unidos en los múltiples compromisos que la civilización actual permita, aconseje o reclame.
Una comunidad será verdaderamente humana cuando los ciudadanos, bajo la guía de la justicia, respeten los derechos ajenos y cumplan sus propias obligaciones. Una sociedad bien ordenada y fecunda requiere gobernantes, investidos de legítima autoridad, que defiendan las instituciones y consagren, en la medida suficiente, su actividad y sus desvelos al provecho del bien común. Sin embargo, la autoridad no puede considerarse exenta de sometimiento a otra superior.
Más aún, la autoridad consiste en la facultad de mandar según la recta razón Y la razón de ser de cuantos gobiernan radica por completo en el bien común. De donde se deduce que todo gobernante debe buscarlo, respetando la naturaleza del propio bien común y ajustando, al mismo tiempo, sus normas jurídicas a la situación real de las circunstancias. En los momentos actuales debe considerarse que el bien común consiste principalmente en la defensa de los derechos y deberes de la persona humana.
Juan de Dios Regordán Domínguez
juandediosrd@hotmail.com