CENSURAS INOPORTUNAS
Decía un Profesor que había que desconfiar de las palabras que terminaran en “ismos”. De una manera especial acentuaba que la mayoría de los “ismos” eran excluyentes. Los dogmatismos se suelen colocar en los límites de su propia verdad, cerrando las puertas a toda opinión que pueda venir de fuera. Creerse en posesión de la verdad envilece de tal manera que deja de ser verdad. La búsqueda de la verdad objetiva nos pondría en el camino de la verdad. Y eso siempre será positivo. La exclusión nunca beneficia ni al excluido ni al que se aísla excluyendo a otros.
Peligroso es hablar de “los míos”, cuando se cierra toda posibilidad a quiénes no piensen según la línea marcada por quién se considera poseedor de la verdad. Hay quiénes se adjudican espacios exclusivos en los no caben diferencias ideológicas ni diálogo constructivo La censura parece que no ha muerto en España. No es raro encontrar grupos que tachan a otros de manipuladores de conciencia, cayendo en dictadores intransigentes de opiniones. Hay quiénes tienen la virtud de volver amable lo que tocan y otros tienen la desgracia de hacerlo todo aborrecible.
La experiencia demuestra que quiénes se regodean en defender a ultranza un fundamentalismo laicista no toleran todo lo que huela a religioso. Se puede caer en la tentación de no sólo rechazar lo religioso sino, sobre todo a toda persona religiosa. Este hecho me ha recordado un artículo de Antoni Puigverd publicado el 19 de Agosto de 2011 en el que decía: “Cuando la izquierda pierde el norte no puede resistir la tentación de zamparse unos curas” Si se habla de no dejarse adoctrinar hay que ser consecuente y no adoctrinar en contra. Caería por tierra todo discurso que hable de dignidad e igualdad de las personas humanas.
En los momentos globalizados en los que vivimos es fundamental respetar la libertad y la conciencia de todas las personas. Ni dogmatismos ni laicismos pueden ser pautas de comportamientos que beneficien a la convivencia plural. Respeto, aceptación y tolerancia pueden ser guía para que cada uno pueda vivir y comunicarse libremente. Creyentes religiosos y no creyentes religiosos vivimos en un mundo del que todos somos responsables y llamados a la convivencia pacífica. No se trata de creer unas doctrinas, unas verdades, unas normas. Se trata de conocer. Y conocer significa una entrega personal.
No me digas que esto no va contigo. No pongamos el énfasis en creer en declaraciones dogmáticas ininteligibles y disciplinarias insoportables, que tanta sangre y persecuciones han ocasionado. La fe es el amor en servicio de la vida. Por tanto, donde se rompa o falte el amor, no hay fe. La fe es subversiva, pues nos une al hombre, con todos los demás que combaten con rebeldía contra todas las injusticias, estén donde estén. La fe es compromiso, no un narcótico que adormece. La fe es más que una utopía, que nos hace vivir siempre en tensión moral y crítica. La fe es el lugar del encuentro, de todos los que buscan y luchan por un mundo justo y humano. Creyentes y no creyentes hemos de desterrar toda censura y crear un ambiente apacible en el que todos podamos ser como somos. Abramos los brazos a toda la humanidad... sin discriminaciones en el amor. El amor se manifiesta en las obras. No basta con amar de palabras; es necesario amar con hechos. Los discípulos de Jesús de Nazaret no deben distinguirse por señales externas. La verdadera señal es el amor. Los que se aman están dispuestos a ayudarse, a compartir sus cosas, a unirse en comunidad.
Juan de Dios Regordán Domínguez
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